EJERCICIOS
DE ACENTUACIÓN GRATIS Y CON SOLUCIONES PARA OPOSICIONES (GUARDIA
CIVIL, POLICÍA
NACIONAL,
POLICÍA LOCAL, BOMBEROS...)
para imprimir o realizar online.
Nuestros
TEST DE ORTOGRAFÍA son parte fundamental de nuestras secciones de
TEST
PSICOTÉCNICOS PARA OPOSICIONES y TEST
DE LENGUA ESPAÑOLA.
EJERCICIOS
DE ACENTUACIÓN CON SOLUCIONES 1
Corrige
este texto, acentuando las palabras que así lo requieran. Puedes
simplemente anotar las palabras que consideres incorrectas y
comprobar en la solución si has cometido algún error:
El
doctor Joan Shelley, o lo que quedaba de el, estaba sentado en un
butacon frente al fuego, bajo pliegos de mantas. Su hija nos dejo a
solas con el. Trate de apartar los ojos de su cintura de avispa
mientras se retiraba. El anciano doctor, en quien apenas se reconocia
al hombre del retrato que yo llevaba en el bolsillo, nos examinaba en
silencio. Sus ojos destilaban recelo. Su cuerpo hedia a enfermedad
bajo una mascara de colonia. Su sonrisa sarcastica no ocultaba el
desagrado que le inspiraba el mundo y su propio estado.
-
El tiempo hace con el cuerpo lo que la estupidez con el alma –
dijo, señalandose a si mismo -. Lo pudre. ¿Que es lo que quereis?
-
Nos preguntabamos si podria hablarnos de Mijail Kolvenik.
-
Podria, pero no veo por que – corto el doctor-. Ya se hablo
demasiado en su dia y todo fueron mentiras.
(…)
Trate
de sonreir docilmente, pero empezaba a sospechar que aquel hombre no
tenia interes en soltar prenda. Marina, intuyendo mi temor, tomo la
iniciativa.
(…)
El
medico observo a Marina, sin ocultar cierta sorpresa. Me pregunte por
que no se me habria ocurrido a mi un ardid como aquel. Decidi que,
cuanto mas dejase a Marina llevar el peso de la conversacion, mejor.
-
No se de que fotografias habla usted, señorita…
EJERCICIOS
DE ACENTUACIÓN PARA OPOSICIONES 1
SOLUCIONES:
TEXTO CORREGIDO
El
doctor Joan Shelley, o lo que quedaba de él,
estaba sentado en un butacón frente
al fuego, bajo pliegos de mantas. Su hija nos dejó a
solas con él. Traté de
apartar los ojos de su cintura de avispa mientras se retiraba. El
anciano doctor, en quien apenas se reconocía al
hombre del retrato que yo llevaba en el bolsillo, nos examinaba en
silencio. Sus ojos destilaban recelo. Su cuerpo hedía a
enfermedad bajo una máscara de
colonia. Su sonrisa sarcástica no
ocultaba el desagrado que le inspiraba el mundo y su propio estado.
-
El tiempo hace con el cuerpo lo que la estupidez con el alma –
dijo, señalándose a sí mismo
-. Lo pudre. ¿Qué es
lo que queréis?
-
Nos preguntábamos si podría hablarnos
de Mijail Kolvenik.
- Podría,
pero no veo por qué – cortó el
doctor-. Ya se habló demasiado
en su día y
todo fueron mentiras.
(…)
Traté de sonreír dócilmente,
pero empezaba a sospechar que aquel hombre no tenía interés en
soltar prenda. Marina, intuyendo mi temor, tomó la
iniciativa.
(…)
El médico
observó a
Marina, sin ocultar cierta sorpresa. Me pregunté por qué no
se me habría ocurrido
a mí un
ardid como aquél. Decidí que,
cuanto más dejase
a Marina llevar el peso de la conversación,
mejor.
-
No sé de qué
fotografías habla
usted, señorita…
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