Espero no molestar a nadie con lo que voy a escribir, y mucho menos resultar macabra.
Puede parecer, y quizás lo sea, un modo algo brusco de tomar conciencia. Pero creo que no es momento de andar con delicadezas. Necesitamos ver la vida desde nuevos puntos de vista, de otras formas que pocas veces nos paramos a pensar. En el artículo anterior, “EL MILAGRO DE LA VIDA”, intentaba que comprendiésemos el tremendo milagro que es nuestro cuerpo y la existencia en general, y el modo en el que despreciamos un don tan valioso.
Ahora vamos a ver la vida desde la perspectiva de la muerte, aunque parezca una ironía. Todos sabemos que la muerte es parte de la vida. Y a casi todo el mundo le produce terror pensar en ello. Es indiferente que seas ateo, musulmán o cristiano. O que seas un convencido de la reencarnación. De cualquier modo, el momento de la muerte marca un evidente antes y después. Comprendemos que ni nuestro cuerpo ni nuestra mente permanecerán cuando ya no estemos presentes.
Y de nada habrán servido todos esos Pensamientos y Sentimientos Destructivos, la necesidad de poseer a otra persona, el apego a lo material, los complejos, el rencor, los celos ni las frustraciones. ¿A dónde irán cuando llegue nuestro momento?
Cuando muere un ser querido, un conocido, o vemos en la televisión un accidente o una catástrofe con un alto pago en vidas humanas, todos pensamos en lo mismo: ¡Qué corta puede ser la vida! ¡Hay que disfrutar y vivir el momento! Somos conscientes de que la vida puede terminar en cualquier instante y entonces… ¡La pena es que ese pensamiento tan lleno de sabiduría sólo lo mantengamos unos momentos en nuestro interior! Después volvemos a preocuparnos del día a día, olvidándonos de la valiosa lección que comprendimos durante un instante.
En cambio, ese sólo pensamiento, repetido a menudo, puede transformar totalmente nuestra relación con el mundo y con los demás. Después de todo, eso es lo que hay, al menos de un modo básico.
La Muerte, si la dejásemos hablar, nos susurraría al oído constantemente: “Vive el momento, el aquí y ahora. No dejes cabos sueltos, nada que te guste hacer por realizar, resuelve esas relaciones que tu orgullo no te permite tener, dile a esas personas cuánto las quieres… Disfruta de esa maravilla que es tu vida, y cuando yo vaya a tu encuentro te sentirás agradecido por haber vivido.”
Nada es permanente, esa es la verdadera lección. Y a la vez, todo es transformable.
Quizás sea el momento de Escuchar a la Muerte y comprender que, al fin y al cabo, Nada es tan Importante. Que nuestra vida, esa planta que se ha dejado a nuestro cuidado, es nuestro único encargo. Nos conviene hacer todo lo posible porque luzca orgullosa y feliz, alejándola de plagas y de la oscuridad. Sólo somos responsables de nosotros mismos, y nos debemos una Felicidad Auténtica, independiente de lo que piensen los demás o de lo que nos diga la sociedad que tenemos que ser.
Yo soy yo, no el que dices tú que soy o que debería ser.
Ni nuestro Nacimiento ni la Muerte nos dicen cómo vivir, cómo ser, qué hacer. Nos dan libertad absoluta. Una página pone nuestra fecha de llegada, y la otra, no se sabe cuántas páginas después, pone “fin”. Nosotros escribimos nuestra historia en un mar de páginas en blanco.
La Vida no te juzga ¡No lo hagas tú! El futuro nace ahora, y la idea de la muerte nos ayudará desde ya a comprender que nada debe de ser tan poderoso como para arrebatarnos la alegría de vivir. ¡Qué no tenga que llegar el inevitable momento para valorar nuestra existencia!
La Vida nos considera a todos igual de dignos de vivirla, y la muerte deja muy claro que nadie es mejor ni peor que nadie. La próxima vez que pienses que eres peor o mejor que alguien, piensa en la muerte y verás que no es así. Para la Vida y la Muerte todos somos iguales. Nuestro cuerpo por dentro funciona más o menos igual en todos nosotros. La Vida y la Muerte te consideran tan valioso a ti como a esas personas a las que tanto te gustaría parecerte. Por algo será, ¿no crees?
Como beneficio añadido, cuando llegue nuestra hora, nos sentiremos más auténticos y preparados para ella, pues habremos comprendido parte de sus lecciones.
¡Siempre estamos a tiempo de aprender a vivir y de ser felices!
Que no tengamos que lamentarnos, igual que el genial Borges, cuando escribió estas amargas palabras: “He cometido el mayor pecado que un hombre puede cometer. No he sido feliz”. Él ya no, pero nosotros todavía estamos a tiempo.
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