La primera vez que entré en un centro de yoga, lloré. Sí, sí, ¡lloré! Me dio mucha vergüenza, pero no lo pude evitar.
Por aquel entonces trabajaba unas once horas al día en un puesto de mucha responsabilidad. Tenía un nivel de estrés altísimo, y la ansiedad que sufría me estaba matando.
Al entrar allí, en aquel lugar que emanaba tanta paz, supongo que el contraste con mi estado interior desató mis lágrimas. “Tranquila, es algo normal”, me dijo la subdirectora del centro. Decidí probar, a pesar de que sabía que mis responsabilidades y agotamiento me pondrían muy difícil la constancia.
Al principio me costó un poco, lo reconozco. Todo era nuevo para mí, y además era incapaz de relajarme. El cariño y la comprensión de los profesores consiguieron que pronto las cosas cambiasen. Tras unas pocas clases empecé a sentir los primeros cambios. Mis dolores de espalda disminuyeron (hasta desaparecer por completo con el tiempo), al igual que aquel molesto dolor de piernas. También descubrí que respiraba mejor, como si mis pulmones tuviesen más capacidad.
Lo que más me gustaba era salir a la calle después de la clase de yoga. Me sentía relajada, más alta, muy ligera, y de buen humor.
Tras unas pocas semanas dejé de necesitar mis pastillas para dormir. Los días que no iba a clase hacía los ejercicios de relajación que me habían enseñado y normalmente conseguía dormirme antes de terminarlos. Los días que sí practicaba yoga, ni siquiera era necesario. ¡Ducha, cena, y a dormir!
La mayoría de las personas creen que el yoga es sentarse en la postura del loto y cerrar los ojos al meditar.
Pues en contra de lo que se pueda suponer, en el yoga (dependiendo del estilo, claro está) se suda, se trabaja mucho y se activan músculos internos que no se trabajan en los deportes o disciplinas habituales. Y a diferencia de éstos, los ejercicios realizados en el yoga someten los músculos y ligamentos a un estiramiento lento y sin violencia, que no va seguido de una contracción brusca.
Meses después terminé el contrato con la empresa en la que trabajaba; tuve mucho más tiempo libre para practicar yoga y tomármelo un poco más en serio.
¡Entonces sí que empezaron los cambios más importantes!
Las posturas (asanas) y técnicas del yoga me permitieron tomar conciencia del cuerpo y de la respiración. Pronto empecé a corregir mis vicios posturales en muchas situaciones y momentos de la vida cotidiana. Así, de repente me daba cuenta que estaba encorvada mientras leía, que concentraba toda la tensión en los hombros y en el cuello cuando me encontraba en un momento de estrés, que apretaba los puños cuando esperaba un semáforo…
Antes nunca había sido consciente de esas cosas. Y en el momento en que me daba cuenta de ello, relajaba conscientemente las zonas sometidas a tensión. Al momento sentía que mi mente también se relajaba.
También empecé a darme cuenta de que con mucha frecuencia bloqueaba la respiración, y de lo mal que respiraba. Aprender a respirar correctamente, las técnicas de respiración que aprendes en las clases de yoga, son una bendición para el resto de tu vida.
Y así comprendí porque se dice que el yoga es un sistema holístico, es decir, que abarca cuerpo, mente y espíritu.
Ahora, en cualquier momento, soy consciente de cómo me encuentro. Si me altero o estreso, me encuentre en la mitad de la calle o con veinte personas en una cafetería, en unos instantes cambio la situación. Respiro profundamente varias veces y relajo todos los músculos de mi cuerpo en menos de un minuto.
Otra de las ventajas de practicar yoga fue el cambio que experimentó mi postura corporal; incluso desapareció esa pequeña (pero fea) “joroba” en la parte alta de mi espalda.
¡Y qué decir de la elasticidad! Yo, que siempre había sido como una tabla de planchar, me encontré flexionando mi tronco como no lo hacía ni a los diez años.
No puedo dejar de mencionar el tema de la estética. Mi cuerpo estaba más firme, los depósitos de grasa locales fueron desapareciendo, mis líneas eran más armoniosas…
Hay que saber que da igual el problema físico o emocional que tengas, si los maestros son buenos sabrán qué puedes o no puedes hacer dentro de la clase. El yoga es apto para todos, incluso para las embarazadas, los ancianos y los niños. Eso lo comprendí viendo a mis compañeros; unos tenían hernias, otros estaban operados de esto o de lo otro, tenían una prótesis, etc. Siempre escuchaba al profesor decir: “Pedro, esta postura no la hagas tú” o “haz esta otra variante”
La gente que practica yoga durante años, impresiona. He tenido compañeros de más de sesenta años a los que se les ve más en forma que a muchos veinteañeros. Sin duda, practicar yoga ¡es una de las mejores cosas que podemos hacer por nuestra salud física y mental!